viernes, 25 de noviembre de 2011

Quirón (Los Monstruos)

_1994_

Era tan sencillo. Si aquella condenada niña pudiera entenderlo... El viejo Quirón se estaba impacientando, le quedaba tan poco tiempo y había tanto por hacer que la irrupción de la más pequeña de sus hijas lo había malhumorado. Pero, que demonios, al fin y al cabo su enfado, lo sabía bién, no se debía a la pregunta de la niña, sino a la estupidez de sus congéneres y del Consejo, negándose a tomar en cuenta sus advertencias. Además, la niña (no tan niña ya, apreció) se encontraba a punto de decidir si querría vivir su vida como yegua o como mujer; hablar con ella era una de las muchas cosas que le quedaban pendientes y aquel era tan buen momento como cualquier otro. Y ahora tendría que hacerle comprender lo que ya había tratado de explicar al resto aquella noche.

- Padre, ¿es cierto que vas a morir?

Aquella era, lo sabía, la pregunta que circulaba por toda la llanura. Se arrepentía ahora de haberlo anunciado aunque, ¿qué otra forma había de advertir a su gente?. El aviso había sido, como sospechara, inútil. Pero la pregunta le había hecho evocar, a su pesar, al hombre Heracles acercándose a él y haciéndole sentirse, como otras veces le había sucedido con los mortales, torpe y tosco en su enorme cuerpo de caballo. Conocía ya el frío que lo asaltaría cuando sintiese la flecha hiriéndole y anunciando el momento del fin, tan próximo.

- Mira niña — se le había vuelto a olvidar el nombre de su hija, algo demasiado frecuente en los últimos tiempos — nuestro momento ha pasado, es la hora en que los hombres lo van a ocupar todo y no habrá ya sitio para nosotros en ninguna parte. Nos vamos a convertir en monstruos. Y sí, voy a morir.

Todos vamos a morir, pensó, pero no veo por qué has de preocuparte tú por eso. Ya era bastante que tuviera que vivirlo. Al fin y al cabo a él no le había servido de mucho conocerlo, sólo que nadie se tomó la molestia de ser caritativo y ocultárselo. No sucederá lo mismo contigo.

- Pero, ¿Por qué hemos de convertirnos en monstruos?.

- Tú no, tú puedes elegir ser como ellos.

- Entonces, ¿son vuestros cuerpos...?

- Ay, hija — no conseguía recordar el maldito nombre — no, no son nuestros cuerpos los que nos convierten en monstruos. Si yo pudiera explicártelo... Ahora formamos un pueblo y la monstruosidad no existe. Cuando lleguen los hombres nos dispersaremos y seremos únicos, y será esa diferencia la que nos proscriba, la que les haga sentir miedo y nos convierta en monstruos. Nuestro carácter monstruoso se encuentra sólo en la mirada de los que nos ven distintos.

Pero no sería fácil que ella se librara y él lo sabía, no era necesario tener cuatro patas para ser distinto y producir miedo. Y tú eres tan terriblemente íntegra, hija mía.

- Padre, no quiero que mueras.

- Yo tampoco.

- Déjame ir contigo.

A vueltas con la ausencia

_1994_

Retorno siempre a los mismos lugares para abrazar tu fantasma, para buscar desesperado en mi cabeza, arrojando aquí y allá los momentos, inútiles, en los que no estás y rescatar pedacitos de tí donde enjugarme las lágrimas. Pero los sitios en los que estuvimos juntos, en esa memoria esperanzada que me asila y en la que me habitas, como el amigo invisible de un niño, esos sitios se me han muerto de no usarlos y me devuelven siempre a la realidad, hacia donde intento en vano arrastrarte, lo sabes, desde hace años. Y yo estoy triste y lloro.
De vuelta en mi habitación te veo tejiendo, de un lado a otro, toda la noche, hasta que me ahogo en tí, incapaz de soportar tu ausencia un solo instante más y, como esperabas, comienzo a esculpir tu rostro entre las sombras mientras lloro mordiendo las sábanas. Tu mano, tierna, juega entonces con mi pelo y tu cuerpo se pega al mío callado, quieto y hermoso. Maldigo al tiempo por serlo y arrebatarnos ese instante mientras nos consumimos, febriles, yo buscándote en tu cuerpo y tú dejando hacer, consciente de la superioridad que te otorga ser mentira. Hasta que me dejas de repente y me queda sólo la resaca de tu ausencia y lloro, y me muero, y nada parece ya capaz de rescatarme para la vida salvo la esperanza de que vengas a poblarme de nuevo. Yo siembro esa esperanza, como un tesoro precioso, y la riego y la abono, le hablo, la miro deseando verla crecer, por si es capaz de traerte hasta mí.
El día se me cae encima con tu ausencia acechando en cada rincón, inquieta, hasta que alguien cruza a mi lado y no puedo evitar dejarme atrapar de nuevo. Entonces me revuelco en la mierda, y me restriego bién, y me la como, tratando de convencerme de lo inútil de mi espera. Lo único que consigo es desearte más.
Me abalanzo sobre un papel y pongo tu ausencia allí, a ver si así me deja un rato, pero no sirve, como ya sabía, porque al verte así se me cae el alma al suelo de autocompasión. Quería poner te quiero y ven pronto y escribo yo estoy triste y lloro.

Entropía




_ 1998_

El ordenador me acaba de preguntar si estoy listo para comenzar a escribir. Supongo que es necesario ser tan estúpido como una máquina para hacer la pregunta adecuada. No solo no estoy preparado para comenzar a escribir sino que no lo estoy para nada.
Me da miedo utilizar las que, probablemente, son las palabras adecuadas. Durante demasiado tiempo he abusado de los adjetivos grandilocuentes y las hipérboles. Ahora, de pronto, mi vida se ha detenido, recorrida por el mismo hálito maléfico que invade el palacio de la bella durmiente.
Me he quedado permanentemente encerrado en una habitación de hospital. Las fotos de dos niños que sonrien recortados contra el follaje son las únicas ventanas abiertas a la vida; el resto del universo, atrapado entre esas paredes, se disgrega, deshaciendose con el ritmo preciso y terrible de un metrónomo.

viernes, 26 de agosto de 2011

Nostalgia

nostalgia.
(Del gr. νόστος, regreso, y -algia).
1. f. Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos.
2. f. Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.









Existe el mito, propiciado por la cultura americana de la autoayuda, de que sólo hay que mirar hacia el futuro para llevar adelante el plan de tu vida tal y como lo has visualizado, tal y como has decidido que quieres que sea. Has de romper con el pasado, levar anclas y no volver jamás la vista atrás, so pena de terminar convertido en la estatua de sal de los fantasmas de tus vidas pasadas.
Esta teoría, que parece diseñada para víctimas de abusos infantiles en peligro de convertirse en abusadores, tiene sentido en un libro de autoayuda... al fin y al cabo el que decide llevárselo de la estantería, como ha hecho ya, probablemente, con otros cinco libros parecidos antes, lo hace huyendo de una imagen de sí mismo que no le gusta, a la caza de una piel en la que sentirse otro y que, aparentemente, los cinco libros anteriores no han sido capaces de proporcionarle. Semejante idealización del olvido ha demonizado la nostalgia, la mirada complaciente al propio pasado, como paralizante e improductiva.
Sin duda la mirada sobre nuestro propio pasado es engañosa y nuestra memoria, siempre embustera, ha convertido ya las experiencias vividas en refritos más o menos tolerables según la predisposición al masoquismo de cada uno... Pero eso hacemos, también, con cada una de las experiencias del presente, con cada percepción del mundo exterior, filtradas y adulteradas por nuestro tamiz personal. La memoria es tan real, pues, como cualquier otra cosa en nuestra vida.
Me encuentro ahora en un momento de mi vida en el que, tras lo que parece una eternidad de rutinas e inercias, de decisiones en las que no termino de reconocerme y de renuncias aparentemente indoloras, me siento de repente impulsado por la fuerza de la nostalgia, del recuerdo indulgente de mi pasado, hacia la asunción de una identidad que fué la mía en un tiempo, en la que me siento reflejado, la versión que más me gusta de mí mismo. Recuperar esa imagen, que en el fondo no es más real que las demás, que probablemente ha existido durante menos tiempo que su antítesis amorfa, me ha servido para darme cuenta que hace un tiempo que ya ni siquiera me caía bien, que me río poco y sonrío aún menos; para, en suma, ser consciente de quién no quiero ser.

César Clemente












Tango del Viudo — Pablo Neruda




TANGO DEL VIUDO

Oh maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre,
y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos,
mis comidas,
sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún
quejándome del trópico, de los coolíes corringhis,
de las venenosas fiebres que me hicieron tanto daño
y de los espantosos ingleses que odio todavía.
Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez
tiro al suelo los pantalones y las camisas,
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las
paredes.
Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte,
y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,
y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.

Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde
el cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,
y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina
acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,
de los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,
y la espesa tierra no comprende tu nombre
hecho de impenetrables substancias divinas.

Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernas
recostadas como detenidas y duras aguas solares,
y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
y el perro de furia que asilas en el corazón,
así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,
el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.

Daría este viento de mar gigante por tu brusca respiración
oída en largas noches sin mezcla de olvido,
uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.
y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo,
y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,
y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente
llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,
substancias extrañamente inseparables y perdidas.


PABLO NERUDA